viernes, 13 de marzo de 2009

Lanús sigue sin ganar en la Libertadores y se empantanó en su zona. Iba ganando pero no pudo sostener el resultado y hasta mereció perder. Y el juego, ausente... 
 
 Y no, Lanús no fue Lanús, si como definición se entiende hablar de ese equipo que construye triunfos con marca propia de fútbol asociado, juego vertical, picante por las bandas y letal arriba. El Granate jugó con ropa prestada. Se disfrazó de equipo calculador y amarrete, pensó más en los puntos que en el rendimiento y el traje le quedó grande, incómodo, propio del que se viste barato y mal, teniendo con qué lucir mejor.

Claro, ahora el equipo de Zubeldía tiene otras pretensiones. Si el año pasado su paso por la Libertadores tenía el sabor del aprendizaje, este 2009 lo encuentra con el objetivo de mejorar el desempeño y avanzar más allá de los octavos de final. Pero llegó a Chile herido por un empate en casa y una derrota afuera, y sacar los tres puntos tenía el sabor inconfundible de la obligación. Quizá condicionado por tamaño compromiso, el fútbol surgió a cuentagotas, si surgió. Apenas los piques de Biglieri y su capacidad de generar ofensiva casi de cualquier situación fue el único argumento de gol. Después, el equipo estaba desparramado en la cancha, sin conexión entre las líneas. Y en ese primer tiempo, el cuadro local explotó las espaldas de los volantes y manejó la pelota casi a voluntad. Sólo esa tibieza marcada a fuego del conjunto chileno le dio a Lanús cierta tranquilidad del cero en el arco propio.

Y aún sin merecerlo, el Granate encontró el gol tras un corner, gracias al anticipo impecable de Hoyos y la prepotencia de Diego González para meter el muslo y a cobrar.

Lanús ya tenía lo más difícil, el gol. Lástima que no tuvo la lucidez para aguantar un poco la pelota y fabricar contraataques desde la desesperación del rival. Al revés: prevaleció la cultura del revoleo y Everton lo fue metiendo cada vez más cerca de Bossio. Y en lugar de calmarse, se alborotó. Y una pared bien construída acabó con Bossio cometiéndole penal a Gutiérrez y el empate de Miralles se hizo ley.

La media hora final fue lo mejor del partido. Sand recibió un regalo de Valeri y se perdió un gol increíble, pero fue el Everton que estuvo más cerca (en los últimos minutos, metió un tiro en el travesaño y dos veces Lanús salvó el gol en la línea), por la peligrosidad de Penco y la habilidad de Miralles, dos jugadores descartados del fútbol argentino pero que tuvieron a maltraer a uno de los equipos top de la Argentina. Para pensar.

Lanús sigue en deuda con los resultados y con la Copa. Pero más que nada, consigo mismo.
Fuemte: Diario Olé

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