lunes, 25 de mayo de 2009

Sospecho de Pepe

Lanús le ganó el clásico a Banfield y se afianzó arriba a falta de 12 puntos. El gol fue por Sand, quien le puso el pecho a un centro de Velázquez y, sin tocarla, engañó al arquero...













Maxi Velázquez debería dejarle el gol a Sand. Por cábala, por el sueño que ya se hizo realidad y se asoma otra vez entre las sábanas. Goleador y egoísta, Pepe salió festejando un gol que no le pertenecía, que se encontró camino al arco, pero ni el flameo de su camiseta tocó la pelota. Fue todo de Velázquez. Pero si Sand tiene mérito en el gol es cómo infló el pecho para engañar a todos, para tenderle una celada a un Lucchetti que quedó zapateando a mitad de camino, y a sus compañeros, para simular que fue suyo. Pepe lo festejó como propio, vivo, conocedor de que alguna vez marcó un doblete, en el mismo clásico, en el mismo estadio y en aquel histórico Apertura 2007. Si Sand es papá Pepe, además de un cuchillero correntino que, cuando no la mete, expone sentido colectivo; si se repite la victoria en el derby; si cuando no hay fútbol (que le sobra) el equipo muestra agallas y tenacidad; si depende de sí mismo, si lo canta su gente... ¿Por qué no decir que Lanús, otra vez, está para campeón?

Si Sebastián Blanco sigue montado en sus patines; si sostiene el equilibrio en Fritzler, un Gago telúrico que ayer mostró (es cierto que con cierta complicidad de Pezzotta) cómo se juega un clásico: concentrado, voluntarioso y lúcido. Y si tiene un valor que le falta al resto de los aspirantes al título: un plantel que ya fue campeón y que tiene experiencia en el manejo de tiempos y distancias en la recta final. ¿Por qué no decirlo?

El equipo del carilindo Zubeldía es perverso. Te arropa, te muestra cara de buenos amigos y, en el momento menos esperado, te somete. Porque Lanús no había hecho más que Banfield cuando llegó el gol, pero le bastó ese exiguo festejo para llevarse el clásico. Ayudado, en buena parte, por un rival que equivocó el libreto. Falcioni quizá tomó nota de que el único rival que puso de rodillas al Granate fue el ultra lírico Huracán de Cappa, y entonces salió al golpe por golpe con un mediocampo lleno de sensibilidad y desequilibrio. Y no están los equipos de Pelusa para el tiki-tiki. Por eso se acomodó mejor en el segundo tiempo, aun con uno menos, cuando puso más roca que seda y empujó como quien quiere entrar al subte a las ocho de la mañana; no le alcanzó y debió resignarse a esperar el próximo tren y a mirar, otra vez, con el rabillo del ojo al promedio.

Lanús ganó por su pecho inflado, no goleó porque Salvio parecía seguir enceguecido por el encandilamiento de haber visto a Maradona, tuvo un astuto goleador, mostró que sabe atrincherarse y se guardó muchos conejos. Con todo eso, ¿por qué no decirlo?

Fuente: Diario Olé

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